El callejón era extraño, los arboles parecían abrazarlo con sus ramas, unos brazos que solo querían bajar y alcanzarme, como para querer arrebatar algo importante, pero ahora siento que no tengo nada.
Una extraña presión en el pecho me impedía respirar con normalidad, el sudor de aquel extenuante ejercicio se enfriaba y me provocaba escalofríos. Mis manos estaban blancas y blandas por la humedad.
Camine despacio, tratando de mirar el cielo entre las ramas, para orientarme, saber hacia dónde iba la luna y así poder trazar el camino por donde seguirá mi escapatoria.
Unos gatos se me acercaron, nunca he tenido mucha afinidad por los animales, rosaron sus cuerpos por mi pernera, y caminaron unos pasos miraron hacia atrás y corrieron. No sé porque pero salí detrás de ellos, los seguí por un parque, luego bajamos por un costado del río, pasamos por debajo de algunos puentes de los cuales salía un olor putrefacto, que preferí no averiguar de dónde venía, corrimos por la rivera del río hasta donde se unía con el mar.
Los gatos se detuvieron, y se pusieron a cantar. A cantar de una manera desagradable, ¿han escuchado a un gato en celo?, bueno así era su canto. Se callaron, el cielo estrellado se volvió nuboso y oscuro, una neblina densa cubrió todo, no me quise mover, podría caer al agua. Volvieron a cantar, esta vez se despejo y la neblina desapareció, así como la orilla del mar, como yo, que estaba sobre una especie de bote, impulsado por el ronroneo de los gatos.
No sé a dónde nos dirigimos, solo me deje llevar, ¿que podía hacer en medio de la nada navegando con 4 gatos? me senté como pude en esas maderas para descansar, estaba agotado.
Dormite por un rato, a la tercera vez que mi cabeza caía violentamente y me despertaba me fije que el bote había encallado. Los gatos me miraban desde la orilla, me puse de pie y los seguí otra vez. Estábamos en una especie de isla donde todos lo que en ella había era blanco y verde. Entramos en un castillo, caminamos hasta un recibidor que se dividía en cuatro escaleras y ocho puertas. Los gatos corrieron cada uno hacia una escalera y desaparecieron. Me di una vuelta para recorrer bien el lugar, y la puerta del castillo había desaparecido, cuando volví a girar hacia las escaleras, también habían desaparecido, y en el lugar de ellas habían cuatro mesas, sobre la primera mesa había un cofre que contenía un espejo de cristal, con incrustaciones de rubíes y zafiros. En el segundo cofre había muchas monedas de oro, en el tercer cofre una caja de chocolates, para ser más exactos “lenguas de gato”, y en el último cofre estaban las llaves del castillo.
Una voz dulce de origen desconocido me dijo –“debes elegir el contenido de uno de los cofres y serás beneficiado al regresar a tu vida normal”. Pensé; si elijo el cofre número uno pensara que soy vanidoso y al regresar a mi vida normal quizá sea el tipo más feo del mundo. Si elijo el segundo pensaran que soy un avaro y a lo mejor al regresar a mi vida normal sea el hombre más pobre del mundo, si elijo el tercer cofre no creo que tenga problemas, me llevare los chocolates y los guardare de recuerdo de este maravilloso pero extraño viaje. Y si elijo el cuarto cofre pensaran que tengo un delirio de grandeza y al regresar a mi vida normal, la gente me ignorara y me tratara mal.
-“Esta bien, he decidido”, dije con voz fuerte y segura.
-“y que has decidido?”, pregunto la extraña voz
-“elijo el cofre numero tres”, respondí un poco dudoso
-“estas seguro?”, me cuestionó la voz
-“muy seguro”, insistí
_”muy bien, tus deseos son ordenes, ahora ve y saca del cofre la caja y come uno de los chocolates”, me ordeno la voz.
Camine, abrí el cofre, saque la caja y tome uno de los chocolates. Lo acerque a mis labios, tenía en cada uno de sus extremos la cara de un gato. Respiré profundo, cerré mis ojos, lo mastique y….
_”Aaaaaaaaaaaayyy!!!!”
Desperté, por el rasguñido que me dio mi gato en la cara, salió corriendo dejando una estela de sangre. Escupí lo que parecía ser la punta de su lengua.
Creo que es hora de dejar la cocaína....